Una vez, un auto me llevó puesto. Cuando me levanté del suelo, seguí caminando; pero un poco rengo. Ese día, aprendí claramente que cuando algo, cosa o situación, nos atropella podemos seguir caminando, inevitablemente, un poco más rengos.
Y ahora que inexplicablemente somos obligados a despedir a un tipo excepcional, no queda duda que todos estamos mucho más rengos.